Mi cuerpo cómplice.
- Agni Gómez Soto
- 3 sept 2020
- 2 Min. de lectura

Hoy quiero hablar de mi cuerpo, pero no quiero comenzar hablando de él. En las triadas esotéricas el ser humano está compuesto por Cuerpo, Mente y Alma o Espíritu (para efecto de este texto usaré Alma y Espíritu de forma intercambiable aunque no lo son, y me explayaré en eso en otro momento). El cuerpo es el recipiente básico que nos permite comunicarnos, existir, entre el mundo de lo visible y el mundo de lo invisible.
Hay una serie de anime (Soul Eater), que tiene, al principio de todos sus capítulos, un dicho: "Un alma sana (buena), habita en una mente sana, y en un cuerpo sano". Esto no podría ser más cierto. En mi lucha constante con el Trastorno Afectivo Bipolar (TAB), una enfermedad de la mente, veo cómo se relacionan en el Alma y el Cuerpo con la Mente; son como engranajes que trabajan juntos y, si uno de ellos no lo hace correctamente, los otros dos tampoco funcionan muy bien que digamos.
En ese sentido, el cuidado del cuerpo es uno de los pilares de mi práctica mágica, artística, y social. Pero no ese cuidado corporal obsesivo, que nos mantiene ansiosos por probar nuevos productos, nuevas dietas, nuevos estilos de vida, nuevos "milagros".
Yo hablo aquí de un cuidado del cuerpo más bien holístico, un cuidado integral que vamos definiendo paso a paso en una conversación constante entre Cuerpo, Mente y Espíritu, donde cada componente es escuchado cuidadosamente y obtiene una respuesta de nuestra parte, igualmente cuidadosa.
La cantidad de comida que consumimos y la calidad o tipo de comida, debe corresponderse a la necesidad expresada por nuestro cuerpo; la cantidad y el tipo de ejercicio que hacemos, la cantidad de personas con las que nos relacionamos (en cualquier capacidad: amigos, amantes, familiares, etc.) y la calidad de personas y el intercambio que inevitablemente hacemos con cada una de ellas y con el mundo que nos rodea.
Han habido épocas en que odié mi cuerpo terriblemente, lo lastimé de todas las maneras posibles y, aún así, mi cuerpo resistió, mi cuerpo permaneció, se convirtió en mi refugio y no en mi cárcel, como alguna vez lo había sentido.
Todos los días trato de preguntarle, ¿cómo puedo cuidarte hoy? ¿Qué podemos hacer para hacer de este el mejor día hasta ahora vivido? Las intuiciones no fallan, eso lo sé, y aún así, soy terca. A veces mi cuerpo y mi mente me piden descanso, solo descanso para recuperar fuerzas y seguir adelante, recargados y, aún así, no termino de deconstruir los años de abuso mental en los que la sociedad me ha acostumbrado a empujarme, y yo me empujo a seguir aunque esté totalmente agotada.
Sólo ahora, hace muy poco tiempo en realidad, vengo a darle a mi cuerpo, y por ende a mí misma, el valor que tiene. Cuando me pide descanso, descanso; cuando me pide acción, lo acciono; cuando no puedo más, regreso a mi refugio y, cuando me he recuperado, vuelvo a salir, a vivir, a experimentar.
Mi cuerpo es entonces mi territorio movible, maleable, transformable, cómplice en todos mis experimentos y en todos mis viajes. Solo ahora vengo a darme cuenta de que amo mi cuerpo y siempre lo he amado, aunque antes no lo supiera.
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