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Fuego y Sabiduría

El yo gárgola

  • Foto del escritor: Agni Gómez Soto
    Agni Gómez Soto
  • 17 sept 2020
  • 2 Min. de lectura

Llevar un diario, para mi, es como llevar una máscara de oxígeno. Lo necesito para vaciar mi cerebro y poder concentrarme en todo lo demás.


El trabajo de escribir, como cualquier otro trabajo artístico, casi siempre se lleva a cabo mejor en soledad, en el uno a uno con el yo que cuenta la historia, el yo que la escribe, y el yo que se sorprende al leer lo escrito; al encontrar ritmos y cadencias, símiles y símbolos enterrados entre las palabras arregladas cuidadosamente pero que, en realidad, no se esconden de nada ni de nadie, están allí, a la vista de todos. Todos los que puedan verlo, claro.


Las temáticas que me interesan, tanto escribir como leer, son a veces catalogadas como tabúes, o como temas poco agradables, indeseables para el lector cotidiano. Aún así yo creo que ese lector cotidiano probablemente guarde historia mucho más potentes e impactantes, incluso grotescas, en especial en este país [Colombia], por eso no lo descarto ni lo insulto, escribo y publico para que se sepa que, al menos en mi mente, hay cabida para ello.


A veces esto me genera un debate moral, hasta que recuerdo que deshecho y desprecio la moral y se me pasa un poco. Pero sí me pregunto si con mi obra, en cualquiera de sus formas, estoy hablando y aceptando lo que represento en ella. Si le estoy dando alas a un ser perverso de carne y hueso, en el mundo de lo visible. Es una pregunta válida, creo yo. Una pregunta que me gusta hacerme porque me gusta hacerme responsable de las cosas que presentó ante el universo.


Afortunadamente mi moral, si tuviera una, sería bastante distraída y mi ética, que sí la tengo, solo me permite ser honesta. Honesta en mi hablar, mi actuar, mi crear. Y en este punto siempre llego a las mismas conclusiones: si se me ocurrió a mí se le ha ocurrido a otro, la diferencia es que esos otros no son yo y no contarán la historia con el deleite, macabro y morboso, que no voy a negar, con el que yo la voy a contar y, si de monstruos se trata, prefiero poder verle todos los dientes a pensar que su piel es suave y que podemos dormir juntos.


No es de extrañar pues, que en mi obra polulen la sexualidad salvaje, a veces sin medida, la extroversión de la intimidad, de los contratos sociales y de los roles de poder. La destrucción, muy gótica, de la familia, y que termina por destruir la sociedad como estructura ordenadora de la vida.


Espero que se queden conmigo para visitar estos mundos y que me contradigan, si así lo encuentran necesario, en alguno de esos puntos. Una buena discusión es también un buen ejercicio de escritura.

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