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     A través del tiempo, la importancia de la autoría ha sido cuestionada muchas veces, aún así, el ser humano ha intentado siempre dejar la marca de su paso por el mundo. Ciertamente es imposible saber quién fue el pintor de una imagen en una cueva hace miles de años y aún así su autor dejó una marca de su existencia al poner la huella de su mano en ese lugar como su obra.

     Más recientemente cuando se introdujo el concepto del ready-made, en especial con el orinal de Duchamp, la pregunta que asaltó a más de uno en el mundo del arte de la época, y aún hoy en día, fue “¿es esta cosa que este señor no hizo, una obra de Arte? Y, de ser así, ¿a quién debemos atribuírsela, al trabajador que hizo el objeto o a Duchamp quien lo resignificó y lo llamó Arte?”

     Ahora bien en la introducción de la famosísima Historia del Arte de Gombrich, el autor indica que:

 

No existe, realmente, el Arte. Tan solo hay artistas. Éstos eran en otros tiempos hombres que cogían tierra coloreada y dibujaban toscamente las formas de un bisonte sobre las paredes de una cueva; hoy, compran sus colores y trazan carteles para las estaciones del metro. Entre unos y otros han hecho muchas cosas los artistas. No hay ningún mal en llamar arte a todas estas actividades, mientras tengamos en cuenta que tal palabra puede significar muchas cosas distintas, en épocas y lugares diversos, y mientras advertimos que el Arte, escrita la palabra con A mayúscula, no existe, pues el Arte con A mayúscula tiene por esencia que ser un fantasma y un ídolo (Gombrich, 1995, p.15).

 

     En el pasado un artista podía leer La Biblia y hacer, más adelante, una obra sobre lo que interpretaba de ella. Estas obras hoy llenan las paredes de los museos donde cada día se legitiman como arte. Incluso así, estas mismas obras podrían ser entendidas desde el punto de vista del fanart y ser analizadas y juzgadas de la misma forma en que se juzga una obra de fanart. Las características que nos entrega Jenkins para analizar las obras de los fans podemos usarlas para analizar no solo las obras en los museos, sino también para analizar obras que aceptamos como partes fundamentales de la cultura occidental eurocentrista, como La Divina Comedia, El Quijote de la Mancha, Sueño de una Noche de Verano, entre otros.

     Podemos encontrar las características anotadas por Jenkins en todo el arte religioso cristiano y podríamos ir tan lejos hasta decir que el arte clásico también puede ser leído a través de estos parámetros; Jenkins (1992) dice que lo que diferencia un arte del otro es, simplemente, la idea que tenemos de “cultura” y la distinción que creamos entre Cultura Popular y Alta Cultura.

     He aquí un cambio de paradigma entre las cosas que “enaltecen el espíritu” hoy en día y lo que lo enlatecía en el pasado. Me inclino mucho hacia la idea de que el arte tenga como propósito enaltecer el espíritu. En las pocas veces que me he encontrado frente a una obra de arte reconocida y legitimada por la academia, he podido sentir lo que seguramente sintió Walter Benjamin cuando se refería al “Aura” de la Obra de Arte (Benjamin, 1936). Me ha sucedido con obras del pasado y lo he experimentado con obras del presente. Incluso me ha pasado con obras hechas por fans.

     Ha habido veces en las que he observado una obra de fanart y me he quedado anonadada, pues la obra en particular complementa tan bien el Objeto, o genera una crítica tan contundente, que me parece que ya no hay nada más que decir sobre el Objeto Original y, aún así, unos días más tarde encuentro otra Obra con la que me pasa lo mismo, aunque en ella se represente algo totalmente diferente, donde se explota otro ángulo del Objeto Original y, entonces, comprendo a qué se refería Benjamin.

     Comprendo que cuando reconozco en esa obra ese algo del que me está hablando, ese algo que su creador puso ahí, que su creador, y yo también, reconocimos en el Objeto Original, acontece algo importante. Un acto de enaltecimiento en el mundo de la cotidianidad; donde me veo a mi y a otros como yo, en un espacio donde no todos se reconocen.

     A veces encontrar un fanart de una serie, un libro, una película que nos gusta es como encontrar alguien que habla tu mismo idioma en un país extranjero. Encontrar iluminados aquellos detalles que nos llamaron la atención. los puntos de giro o detalles que tal vez tú no viste o no entendiste de la misma manera, traídos a la luz por otro fan, redefinidos o resaltados en su importancia, reescribiendo la historia que creías conocer tan bien, cambiando y transformando tu experiencia como público-receptor a través de la propia experiencia del fanartista.

     Eso es lo que hace especial una pieza de fanart y lo que invalida o anula la importancia de la originalidad en este caso. Puesto que la lectura activa y crítica del producto que ha sido diseñado sistemáticamente para que el público-receptor se entretenga en su tiempo libre (otra forma en que la maquinaria capitalista convierte el tiempo en dinero) hace mucho más importante el solo acto creativo que impulsa al aficionado.

     Es esa capacidad, esa posibilidad de encontrar detalles reconocibles con los que podemos identificarnos en un producto hecho para complacer a las audiencias masivas, lo que hace de las lecturas activas y las subsecuentes acciones creativas de los fans algo importante, puesto que es ahí, en esos “huecos”, con esos detalles, que los fans construyen nuevas historias en las que se refleja la diversidad de las realidades que afrontan y afectan al fan, y es con estas construcciones que los otros fans pueden identificarse.

     Estas diversidades atienden a todo tipo de particularidades y hacen las historias mucho más ricas en sustancia y mucho más densas en contenido. Es cuando esta diversificación ocurre, junto con ese reconocimiento de lo particular en una obra de fanart, lo que la dota de “aura” y “enaltece el espíritu” de otros fans que hacen parte del público-espectador.

Aspectos Generales

"Aura" y Fanart

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